Anglès, 4-III-14
Hace una media hora
-son las siete
y acaba de sonar
(con la acostumbrada estridencia
que le caracteriza)
la ridícula alarma del móvil
que siempre posponemos diez minutos
para que te dirijas al trabajo-
me he despertado recordando
aquel concierto de Frank Sinatra
al que evidentemente nunca fui.
Y acto seguido me he puesto a pensar
si acaso no hayan sido
-de la misma manera-
resaca persistente de algún sueño
que no arrastró del todo la marea
de la vigilia,
tantos otros conciertos
de gente a la que paso a enumerar.
A Bob Dylan dos veces
-de tan joven
que la opción por lo onírico
dobla la apuesta-.
A Lou Reed con el público sentado
y yo saltando encima de la silla.
A Love con Arthur Lee.
A Leonard Cohen -el mejor de todos-.
La decepción suprema de King Crimson
y unos cuantos más que el tiempo
quizá también encumbre como clásicos
-a Pulp, a Radiohead, a Morrissey,
a Nick Cave (sin dudarlo, el que más cerca
está de los mentados previamente)-.
Y, en fin, mejor ni hablar de las decenas
de grupos españoles -en un lapso
de cuatro o cinco años
¿exisitirá algún grupo nacional
que no viera en directo
con mi amigo Txavi?-.
Aquel de Los Planetas
del que salimos cruzando
sin mirar
por autovías
en plena noche
porque nos la sudaba
-y casi deseábamos
(o eso decíamos)-
morir atropellados.
Creo que salen
rozando el centenar
tal vez largo
de conciertos
de grupos que ni yo mismo conozco
en ocasiones.
Quizá
si alguien es crítico
de música
-el único 'trabajo'
que podría envidiar-
le pueda parecer poco.
Lo cierto es que hace ya casi una década
que no voy a conciertos
más de una vez al año
como mucho
-pero como mucho
mucho-.
Y a lo mejor por eso
-hace casi una hora-
me ha surgido la duda
de si habrán sido ciertos
los nombrados
o si no he visto a más
que sin duda no he visto
-alguno que por mí ha resucitado-.
Con el resto -la vida-
lo tengo más claro.
Hasta que apareciste tú
-no hace más de tres años-
todo mentira.