naufragio

Como un sueño


Como un sueño

Su amor era
-según decían-
como un sueño.

Pero debieron quedarse dormidos
en una mala postura.

Dolía tanto
cuando despertaron.

16 de Enero de 2014



  • -¡Estoy hasta los huevos de esta roca!                                        
       Así inventaba la escultura Sísifo.


  • Aquellos que no nombramos por falta de espacio pero saben perfectamente de quién se trata raramente son los que se dan por aludidos.


  • Fichaban y pasaban como camellos por el ojo de la aguja: abriendo al rico el reino de los cielos.


  • Cuando el aforismo es metaliterario el escritor tiene algo de vendedor de seguros.


  • Hay clarísimos aforismos brillantes que, si te paras a pensar, no se comprenden.

Diari d'Anglès (5)

Mislata, 19-XII-13

     El reloj de mi móvil marca las seis menos cuarto de la madrugada y llevo una hora larga dando vueltas en la cama con la luz apagada. Así que de perdidos al río. Decido retomar el diario.

     Llevo unos días ya de vuelta en Mislata. Casi una semana. Pensaba regresar durante las navidades pero me han llamado para trabajar días sueltos estas fiestas y me he visto forzado a adelantar una semana mi vuelta al nido de forma algo precipitada.: me enteré un miércoles noche de la oferta y tenía que incorporarme el viernes de la misma semana. Salí ese viernes de Anglès a las ocho, llegaba a Valencia a las dos y media y cinco horas después tenía que estar trabajando en un sitio nuevo.

     Un tanto asustado, para ser sincero. Pese a que era un amigo quien me empleaba -más concretamente amigo de mi hermano, con la particularidad de haberlo tomado por otro del instituto de su mismo nombre y no haber resuelto la confusión hasta un par de días después (hablando por tanto a mis compañeros de mi amigo y de su pasado y no del de mi hermano, para pasmo suyo ya que pensaban conocer bien a su jefe y no conseguían cuadrar lo -poco, por suerte- que contaba respecto a él)- mi última y breve experiencia laboral fue un verdadero infierno. Infierno que repetiré este verano si como supongo no me sale otra cosa mejor o más estable -simplemente distinta, podría decir- hasta entonces.

     Ha sido volver a mi cuarto de toda la vida y despertárseme -tiene narices el verbo elegido- el insomnio de nuevo. Quizá hablar de insomnio sea exagerado en mi caso para quien de verdad lo sufre, pues yo, lo que es dormir, duermo. Salvo las temporadas en que por obligación -laboral exclusivamente- madrugo, mi horario natural es dormirme tardísimo y despertarme a horas igualmente a deshora. Puede resultar absurdo o una estupidez que cae por su propio peso -oblígate a madrugar y punto- pero ni soy capaz de despertarme pronto sin necesidad ni de dormirme a una hora decente para regularizar el descanso. Los días, por supuesto, en que un imprevisto provoca que tenga que madrugar puntualmente convierten mi cuarto en el del interno de un frenopático hasta que desisto del inútil intento de conciliar el sueño y trato de realizar cualquier tarea como si no lo necesitara. Así logro engañarlo varias veces de forma que -como cualquier otro objeto extraviado, como cualquier cosa en la vida, bien pensado- aparezca sólo desde el memento en que haya dejado de buscarlo.

     Con todo, ponerse a escribir no es la mejor idea -quizá lo fuera cuando lo que podía engendrarse era un poema más o menos espontáneo- para acabar traspuesto, por lo tanto me pondré a leer y tal vez mañana pueda ya continuar con cierto interés este diario que al ritmo que lleva pasará a tener una periodicidad semanal o todavía más esporádica.

Mislata, 16-XII-13

     No quería mirar el reloj pero finalmente la desesperación me ha llevado a hacerlo:las cinco de la mañana. Otra vez.

     Podría retomar la lectura del libro que ya se me estaba literalmente cayendo de las manos sobre la cara hace una más de una hora, pero sé que volvería a pasarme lo mismo: el sueño no me permitiría sostener siquiera el libro y sin embargo nada más apartarlo y apagar la luz se alejaría completamente. Se diría que para siempre. Como para siempre se me antoja duradera en estos momentos la desazón que se me ha apoderado del estómago -con la experiencia he aprendido que si consigo que no baje hasta él, el tedio todavía no me ha dominado definitivamente: en ocasiones soy capaz de controlarlo, pero no siempre- al poco de cerrar la biografía de Jack London traducida al catalán que acababa de empezar esta noche.


   Toda persona en paro me temo que puede reconocer la sensación de sospechar que no vuelvas a encontrar trabajo en la vida y no ser capaz de vislumbrar la posibilidad de un futuro sin ingreso alguno. A mí mismo, sin ir más lejos, dejará de atenazarme en cuanto en cuanto vuelva a trabajar -y nunca me he negado a aceptar ningún tipo de trabajo que me hayan ofrecido-, estoy seguro, pero en cuanto se adueña de mí el presentimiento no soy capaz de confiar racionalmente en que vuelva a encontrarme en situación semejante. Y sí: tengo por delante más de año y medio de prestación y cobijo y alimento a perpetuidad mientras mi padres -ambos jubilados, de ahí la en otro caso ingenua afirmación de suficiencia, aunque hoy en día ya quién sabe-, muchísimo más que muchos. Lo sé. No me sirve de nada.

     También tengo la escritura. Tampoco me sirve. En cierto modo parece cosa de sortilegio el hecho de que se me desvaneciera la inspiración en el momento en que me quedé sin trabajo. Qué ha sido de aquellos delirios -incluso consultados con mis amigos- en los que barajaba la idea de dejar el trabajo para dedicarme un año a escribir una novela o cualquier cosa que considerara más publicable por una editorial no subvencionada por los propios autores que más de tres centenares de sonetos y un montón de hai-kús, pues al fin y al cabo no otra cosa he redactado -sí, redactado: no hay romanticismos que valgan- en los últimos años. Nada, como digo, con visos de ser publicado sin invertir un dinero del que no dispongo. Recuerdo cuando pensaba que era demasiado bueno escribiendo como para ligar con ello pero no lo suficiente como para que alguien se decidiera a publicarlo. Ahora mi convencimiento -otra excusa (la primera, más que utilizada para justificar mi falta de reconocimiento literario, la eximía para dignificar mi escaso éxito con las mujeres; así que no me comía un torrao por que escribía demasiado bien: hay que joderse)- es que soy demasiado viejo -y tengo acumulado un volumen monstruoso de composiciones- como para dar una primera obra a imprenta. La calidad, ya lo he aprendido, poco importa a este respecto: igual con veinte años hubiera tenido más opción de publicar mis mamarrachadas de entonces que hoy las actuales a nada que hubiera tenido un poco más de arrojo o confianza en mí mismo -si no es un pleonasmo-, pero ahora es tarde. Sí, seamos concretos: no es que sea viejo, no jodamos, sino que llego tarde. Y luego está el problema del volúmen. Muchas veces he bromeado con Siberia afirmándole que lo que me tenían que lo que me tenían que publicar son las obras completas. Con dos cojones. La risa es que al poeta al que personalmente más admiro coincidió una vez conmigo ('yo los publicaría todos' me comentó por chat cuando le pedí una selección de diez poemas al decidirme a que personas con criterio de confianza eligieran por mí una cincuentena para otra falsa alarma de publicación más reciente, con toda seguridad abortada debido a mi aparente y falaz indiferencia), pero creo que el grueso de mi producción poética de los últimos tres años está al mismo nivel, sea el que sea. Y que en esta época de sequía poética -hace un par de días gotearon unos versos, unos días después de la fecha que se indica arriba (inserto este último dato al pasarlo al blog donde publico el diario varios días después de escribir la entrada en mi cuaderno) un hai-kú flojo- me resultan completamente ajenos. Que son agua pasada. Y que confiar en que vuelva a brotar la inspiración -pese a las nunca definitivas épocas pasadas sin escribir un renglón, ni un a todas luces innecesario diario como éste- se me antoja tan inconcebible como volver a encontrar trabajo. Si acaso el goteo de estos dos días que he trabajado por Navidad.

     A Rimbaud, con ser Rimbaud, vete a hablarle tú de poemitas a África. Anda.

     (Las seis de la mañana: el único cansancio que he logrado provocar es el de escribir).

     Uno recibe el inminente amanecer tras horas de vanos intentos de conciliar el sueño como si correspondiera al del día de su ejecución.