Estos días que están poniendo a prueba
-igual que con cualquier opositor-
lo mucho que -aunque poco merecido-
en un descuido pude arrebatarle
-tras miles de fracasos precedentes-
con alevosas mañas a la vida
y la estabilidad que me he ganado
cobrándole intereses de demora
al siempre esquivo golpe de fortuna,
caigo en la cuenta de que apenas pienso
-y lo hago como si me lo contara
otro que lo ha sufrido y se lo inventa-
en mis trabajos previos, si lo pienso
-y valga la feliz contradicción-
me he olvidado -por suerte- de que he sido
mozo –burro- de carga y de descarga
-de quince a veinte mil quilos de pienso
en sacos de cuarenta o veinticinco
pasaban por mis brazos cada día
durante no recuerdo cuántos meses,
o piezas de pescado congelado
escurridizas como bajo el mar-
o el pringado de turno al que le toca
la pajita más corta en el sorteo
y descender a un lóbrego cubículo
metido en traje de cazafantasmas
dispuesto a combatir la microscópica
legionella pneumophila: uno más
-también curré en fertilizantes químicos-
de cientos de insalubres desempeños
-de todos el peor, con diferencia,
las diez horas en el aserradero
contando una tras una treinta y tres
(pares abajo, arriba las impares,
poniéndose a secar en sendas planchas)
láminas de madera y sin descanso
volver al treinta y tres continuamente
dejándote a la escasa media hora
las yemas de los dedos desolladas
firmando con tu sangre la faena-
y una década o más de camarero.
Nada que no conozca día a día
-y encima sin posible escapatoria-
cualquier trabajador que desconfíe
de todos los que hablan en su nombre
y en los que por respeto no me incluyo
desde hace algunos años: Dios no quiera
que tenga que comerme estas palabras
igual que otras sentencias optimistas.
Puedo seguir tirando de miserias
laborales y artísticas de todo
tipo siempre que excluyan familiares:
por mucho que presuman de sinceros
lo gordo no lo meto en los poemas.
Ignoro qué pretendo ahora con éste
-el más largo y tedioso de los míos-:
lo cierto, como siempre, es que tan solo
se trata de quitármelo de encima
y procurar que no salpique a nadie.
Tendría que culpar a Ape Rotoma
-al poso que te dejan esos versos
que a veces se revuelven de repente
cobrando vida de una forma extraña
y dicen cosas que antes no decían-
de este intento de hacer divagaciones
que puedan compararse con las suyas.
Y aquí lo dejo estoy perdiendo el tiempo
y tengo que estudiar la oposición.